FOTOLIBERTAD 2011.

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Cuento de independencia.

EL MORO SE LES FUE


Laura Rivas*



Por aquellos años, Cuautla de Amilpas ni siquiera figuraba en el mapa. ¿Pa’ que, pues? Si nomás era una calle larga de casas de un piso, dos iglesias y párenle de contar. Hasta que llegó mi general Morelos, con sus tres mil chinacos y se quedó, a defender la plaza contra Calleja, con sus siete mil chaquetas.



La batalla se inició el 19 de febrero de 1812, y durante varias horas todo fue un puro avanzar y retroceder, por parte de ambos bandos, hasta que Calleja se convenció de que aquel era un hueso bien duro de roer y mejor se retiró, dejando tirados doscientos cadáveres frente a nuestras líneas, como si en vez de cristianos fueran basura.



En cuanto llegó a su campamento, pensando en como justificar su fracaso, el argüendero aquel le mandó un mensaje al virrey Venegas, inventándole que en aquella plaza habíamos doce mil patanes, decididos a morir antes que rendirnos. Así que mejor sugería ponerle cerco al lugar. ¡Total, aquello no duraba arriba de una semana!.



Mientras tanto el padre Morelos, hecho un mar de contento, iba y venía, ocupado en organizarnos un baile, para celebrar nuestro primer triunfo. Pero aún así se dio tiempo para dictar una carta, y entregársela al Goyo, con la orden de ir a caballo con bandera blanca, entregársela a Calleja y retirarse cuanto antes, sin esperar respuesta.



Cuando vio venir aquel mensajero, Calleja se sintió más que satisfecho. ¡Claro! ¿A poco los guarachudos esos iban a querer enfrentarse al mejor militar que había pisado las Américas?¡ Era de esperarse, cuando tenían por comandante a un cura de pueblo, que en algún momento de delirio llegó a sentirse general !



Pero aquel gusto, en cuanto leyó la misiva, se le convirtió en un espantoso retortijón, porque sufría de ataque de bilis. Tuvo que tomar una taza tras otra de te de tila, durante horas, para bajar el dolor, porque el mensaje era una maloreada del general Morelos, y en realidad iba dirigido a los criollos que andaban en su ejército.



En ese pliego de papel, el señor Morelos de traidores no los bajaba.¿ Pos que andaban haciendo defendiendo intereses gachupines, siendo ellos americanos? Mejor los convidaba a desertar y unirse a su bando.



En cuanto Calleja pudo menearse, ordenó un ataque brutal sobre Cuautla. Cuatro días y sus noches de bombardeo. Con los primeros cañonazos la gente corría enloquecida, entre la desesperación y el terror. Pero como vieron que al Jefe no se le movían ni las cejas, y que no se mudaba de la casita que tenía de cuartel desde que llegó, poquito a poco le bajaron al pánico.



Y, para ayudarnos, mi general Morelos le ordenó a Galeana que, por cada bomba que cayera, tocara las campanas a fiesta, para que aquellos zonzos realistas entendieran que no por unos cuantos tirios los insurgentes nos íbamos a rendir. También le pidió a Don Nicolás Bravo que sacara todo el aguardiente de la tropa y nos lo repartiera, para levantarnos el ánimo.



¡Bueno! ¡Aquello se convirtió en un fiestononón…. En el que había cuetes, -que ponían los realistas- , música, baile- en el que Morelos no se perdió ni una pieza, danzando con todas las señoras que asistieron- y sobre todo risas,- que poníamos nosotros, y todo aquella algarabía era como cientos de dardos envenenados, que llegaban volando hasta las trincheras enemigas.

El caribe del Calleja, muerto de rabia, le escribió a Venegas que aquel párroco infame era un segundo Mahoma, que les prometía a sus fieles los goces del paraíso, en esta vida y en la otra. Y si no, nomás había que ver las pachangas que cada día se celebraban en Cuautla.



Esto se supo por toda la Nueva España, y de inmediato la gente empezó a llamar el moro a mi general Morelos, aparte de los otros apodos que ya tenía. Pero Calleja no era de los que creen que las palabras causan daño, así que ordenó cortar todas las entradas de agua a Cuautla.



A los pocos días, yo vide con mis propios ojos animales y cristianos, corriendo enloquecidos de sed por las calles. Entonces mi general Morelos :

- Señor Galena, es imperativo que tome usted el reducto de Juchitengo y que lo sostenga ¡A cualquier costo!.



Tata Gildo, a quien todos veíamos como a un abuelo, era tan hombre que ni chistó, con todo y que aquella orden era como mandarlo a la muerte. Así que se fueron él y sus mulatos, y mientras unos disparaban, otros, en medio de la balacera, iban echando hileras de adobe y capas de argamasa.



Para la nochecita, ya habían levantado un torreón, al que no se acercaban ni los conejos, porque los mulatos de don Hermenegildo , a punta de disparos, lo impedían. Y el agua regresó a Cuautla y allí se quedó hasta el final del sitio.



Entonces Calleja le apostó al hambre, porque supuso que se nos tenía que acabar la comida …. ¡Y se nos acabó, como de que no! Pero no contaba con nuestra terquedad…empezamos devorando yerbajos, lagartijas, ratones, perros, gatos, al final, y muy despacito, para dejar los de los comandantes para lo que se ofreciera, le dimos mate a los caballos.



Cuando ya no hubo nada que comer, en las calles resquebrajadas por las bombas pusimos peroles de agua hirviendo., en los que echábamos cinturones, botas y guarniciones de espadas, pa’ablandar el cuero y poder masticarlas.



Los de Calleja también andaban hambreados, porque los convoys de bastimento tardaban un chorro en llegar desde la capital y a veces ¡ni llegaban! Porque otros insurgentes los atacaban en el camino y les quitaban la comida.



Así que los dos ejércitos enflacábamos a ojos vistas y hasta el señor Morelos, que siempre tuvo muy buen diente, por aquellos días se veía esbeltito, esbeltito, a pesar de lo cual andaba por allí con la sonrisa de oreja a oreja, ideando tanteadas y fiestas.



Pero luego cayó sobre Cuautla una terrible maldición: La peste de tifo. La iglesia de San Diego, que usábamos de hospital, cerró sus puertas, porque ya no le cabía ni un alfiler. Y entonces los enfermos andaban trastabillando por la calle, como borrachos, y caían muertos en cualquier sitio.



A los soldados realistas tampoco les iba mejor. Con las lluvias, se desató en su campamento una epidemia de disentería, que los traía corriendo a cada rato detrás de los matorrales, pa’ hacer de las aguas mayores. Como a mi general nada se le iba, se dio cuenta y sonriendo maliciosamente me mandó llamar:

- Señor tambor, va usted a tocar a Generala.



Pos la mera verdad, que a mi se me fruncieron… y hasta donde vi, a los comandantes también. Porque tocar a Generala era tocar a atacar con todo… y pos así como andábamos de enfermos y hambreados….



- ¿Ahora, mi general?- le contesté con la voz hasta temblona.

- Ahora y cuando se le pegue la gana, chamaco… sobre todo de madrugada y en distintos puntos. Mejor aún si averigua donde duerme Calleja y toca por ese rumbo.



Y frente a la cara de zonzos que pusimos todos, nos explico muy contento.



- Se trata de destantearlos, de que nunca sepan cuando los vamos a atacar de a de veras.



Así que las siguientes semanas, los soldados realistas se la pasaron montando a caballo para repeler el ataque que nunca llegaba y desmontando al poco rato, pa’ correr al matorral antes que les ganara la diarrea.

Aquello era ya un infierno para los dos bandos y, después de anunciarle al virrey Venegas que levantaría el sitio en cualquier momento, que dizque porque él y sus hombres taban graves de lo enfermos y casi como para no dejar que decir, el 1º. de mayo le mandó un último mensajero al señor cura, conminándonos a rendirnos..



El mensajero enemigo, que era todo pellejo sobre los huesos, lo mesmo que su caballo, le entregó la misiva a Morelos y esperó a que terminara de leerla.



- Tiene cuatro horas para contestar- le dijo.

- No las necesito ¡Pluma! - le gritó a su ordenanza. Y en el dorso de la hoja escribió la respuesta. Dobló la hoja y la devolvió al correo, que se alejó galopando.



Los comandantes se acercaron de inmediato, para enterarse del chisme.



- Calleja nos ofrecía el indulto, a usted señor Galeana, a usted señor Bravo y a mi, siempre y cuando le entreguemos la plaza hoy mismo.

- ¡ Ahhhhh! ¿Y… que le contestó, mi general?

- Pos que va a ser: ¡Que le concedo la misma gracia a él y a los suyos!¡. Les perdono la vida si se rinden hoy mismo!



¡ Pos claro, que se creían! .Aunque estuvieramos cansados, hambrientos y enfermos, mi general Morelos no era de los que se rendían y nosotros ¡tampoco! Pero a setenta y dos días de sitio, lo único que nos quedaba era romper el cerco.



Al anochecer, se tocaron las campanas para llamar a la gente a la plaza.

- Nunca antes- dijo el general- se le había pedido tanto a un pueblo y éste había respondido con tanta generosidad. Pero este sacrificio debe cesar. Por eso, ahora mismo ¡Vamos a romper el cerco! Los invito a unírsenos.

A los que se quedan… les dejo mi corazón, pero a todos les pido lo mismo. Silencio absoluto. Porque vamos a intentar lo que el enemigo jamás sospecharía. Aprovechando que hay luna nueva y la oscuridad es total, nos vamos a escurrir en medio de ellos, como gatos, encomendándonos a la virgen de Guadalupe para poder escapar



A una señal suya de sable, callados, iniciamos la marcha. Ya casi habíamos dejado atrás al enemigo, y apenas quedaba por pasar la retaguardia, cuando alguien tropezó y se le disparó la pistola. Los gachupos se nos fueron encima como enjambre de abejas enfurecidas. Pero nosotros, que sabíamos que esta vez no era de pelear, sino de pelarse, nos dispersamos como lagartijas, escapándonos la mayoría.



Calleja se quedó revolcándose en su propia bilis. Ni siquiera quiso entrar a Cuautla, para no ver las ruinas que había dejado tras de si aquel moro infame.



Eso si, le ordenó a su segundo que buscara hasta por debajo de las piedras al tambor que los había tenido destanteados varias semanas. Quería fusilarme él mismo. Claro que a mi, no me vieron ni el polvo, porque me había fugado con mi general Morelos.



Cuando el amargoso aquel regresó a la capital, a pesar del desfile que organizó para hacer una entrada triunfal, el recibimiento de los ciudadanos fue bien tibio, porque el recuerdo risueño de mi general Morelos, lo opacó. Por otro lado, el militar español, se encontró con un nuevo motivo de berrinche.



Resulta de que unos comediantes del teatro principal habían puesto de moda unos versitos, que la gente recitaba alegremente por todos lados.



Aquí está el turbante del moro que atrape.

¡Ah! ¿Y el moro?

¿Ese?...¡ Ese se fue!









*Escritora, coordinadora del Taller de Narrativa en el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura